domingo, 21 de junio de 2009

El síndrome de la rana hervida

En Bolivia, el papel de ese sistema nervioso confundido y adormecido lo cumplen las élites políticas de la oposición

Con cada día que pasa, decreto tras decreto, arbitrariedad tras arbitrariedad, en Bolivia se va consolidando de manera lenta pero segura un nuevo régimen económico, político y social. Sutilmente, casi sin que se lo note, ya hemos dejado de ser una República para pasar a ser un “Estado Plurincional” y tras ese asunto, aparentemente sólo formal, abundan las muestras de en Bolivia se está produciendo una profunda revolución, un cambio de enormes proporciones; una transformación que dejará muy honda huella en el destino de más de una generación.

Pero si la sutileza con que los cambios se van produciendo es una de las características del proceso, la otra, no menos importante, es la candidez de quienes tendrían que estar a la vanguardia de los sectores de la ciudadanía que no creen que el camino elegido sea el mejor de los posibles. Los “líderes” de la oposición, lejos de advertir la magnitud del desafío que tienen al frente y actuar en consecuencia, son los que con más entusiasmo minimizan el fenómeno político, lo caricaturizan, lo menosprecian y, en algunos casos, lo disfrutan.

¿Cómo se explica tan extraña manera de proceder? Una posible explicación la hallamos en lo que se conoce como el “síndrome de la rana hervida”. Consiste en que si introducimos una rana en una olla de agua caliente, la rana reacciona, da un salto y escapa. Pero si la introducimos en una olla de agua tibia y procedemos a calentarla lentamente, la rana permanece en el agua hasta morir. Es probable, incluso, que en algún momento se adormezca y entre en un plácido sueño del que nunca más despertará.

Se trata de un famoso experimento mediante el que se comprueba la capacidad que tienen los organismos vivos para adaptarse a cambios negativos siempre y cuando éstos no sean tan intensos que activen los mecanismos de defensa. Si los cambios son sutiles, paulatinos, tan leves que no resulten perceptibles, la rana muere sin siquiera haberse enterado de lo que le sucedió. En vez de activarse los mecanismos de defensa se activan inútilmente los de adaptación, pues el sistema nervioso no ha podido interpretar adecuadamente las señales de peligro.

Muy similar es lo que está ocurriendo en la sociedad boliviana. Ya el agua se acerca al punto de ebullición, pero cada grado que aumenta la temperatura sigue siendo percibido como algo tan irrelevante que no motiva al salto salvador.

El papel de ese sistema nervioso confundido y adormecido lo cumplen las élites políticas de la oposición. Quienes tendrían que activar los mecanismos de defensa son, paradójicamente, quienes proponen esperar a que el agua se enfríe; que pase la “sensación térmica” para que, bajo su conducción, todo vuelva a su estado normal. Sin su labor adormecedora, sería más probable una oportuna reacción.

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