martes, 3 de noviembre de 2009

Copenhague en medio del escepticismo

Hasta ahora, las declaraciones líricas de buenas intenciones abundan, pero escasean en cambio las decisiones necesarias para que se plasmen en hechos concretos


Cuando ya son sólo 35 los días que nos separan de la inauguración de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, en la que los líderes del mundo se reunirán en Copenhague para intentar alcanzar un acuerdo contra ese fenómeno, las esperanzas poco a poco van disipándose y crece el temor de que quienes se oponen a la adopción de las drásticas medidas necesarias logren, finalmente, imponerse.

La posibilidad de que la cumbre de Copenhague concluya con una enorme frustración resulta a primera vista incomprensible, pues con muy pocas excepciones, la inmensa mayoría de los países miembros de la comunidad internacional están de acuerdo sobre los efectos potencialmente catastróficos del cambio climático y la urgencia de frenarlo.

A pesar de ello, a medida que las negociaciones preparatorias avanzan, todo parece indicar que no hay que hacerse muchas ilusiones con lo que pasará entre el 7 y 3l 18 de diciembre. Hace unos días, por ejemplo, después de insistir durante meses en la urgente necesidad de alcanzar un pacto vinculante en la capital danesa, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, ha reconocido la dificultad de lograrlo. Ha comenzado a tomar fuerza, por eso, la idea de que la cumbre no será el fin de un proceso, sino sólo el inicio de otro que mantendrá ocupados a los negociadores durante los próximos meses.

Los obstáculos que aún no han podido ser despejados, son muchos y muy grandes. Entre ellos, el principal sigue siendo la reticencia estadounidense. Es que además de que ese país es el principal causante de las emisiones de gases de efecto invernadero, muchos países desarrollados se niegan a asumir compromisos si antes Estados Unidos no se suma al esfuerzo global.

Y la posibilidad de que eso ocurra se aleja a medida que pasan los días, pues pese a los muchos esfuerzos que hace Barack Obama, no logra doblegar la resistencia de los legisladores republicanos, y algunos demócratas, que se niegan a aprobar la ley ambiental que tienen entre manos.

Un segundo obstáculo es el abultado presupuesto que se requiere para mitigar los efectos del cambio climático en los países más pobres del mundo y para que éstos puedan adaptarse a los mismos. Según cálculos hechos por expertos de la Unión Europea, para ello se requieren unos 100 mil millones de euros anuales, hasta el año 2020. Un costo que en los hechos nadie está dispuesto a asumir, aunque todos se declaran dispuestos “a asumir su parte justa del esfuerzo mundial".

Los representantes de los países pobres, mientras tanto, mantienen una posición monolítica alrededor de una demanda común: que las economías más desarrolladas aporten en la misma proporción en que han contribuido al deterioro ambiental del planeta.

Hasta ahora, las declaraciones líricas de buenas intenciones abundan, pero escasean en cambio las decisiones necesarias para que se plasmen en hechos concretos.

Ante ese panorama, las pocas esperanzas que quedan en pie dependen de que Obama logre, si no llegar a Copenhague con la ley que respalde su iniciativa, aprobar una serie de decretos que le den un margen de acción suficiente para que su país deje de ser, como en Kyoto, el mayor estorbo, y se convierta más bien en el líder de una causa urgente.

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