martes, 10 de noviembre de 2009

Hugo Chávez en pie de guerra

Las pulsiones bélicas de Chávez son algo más que un problema psicopatológico. Son parte de una estrategia geopolítica que merece ser tomada en serio

El presidente de la República “Bolivariana” de Venezuela está en pie de guerra. Está ansioso, muy angustiado, casi desesperado, buscando la forma de abrirse un lugar en la historia, aunque para eso tenga que desencadenar una descabellada conflagración bélica. Megalómano como es, no se conforma con involucrar a su país, sino a todo el continente, e incluso al mundo entero, en una guerra. Y lo que tiene en mente no es una escaramuza fronteriza sino una “guerra de cien años”.

Así lo ha vuelto a proclamar anteayer en “Aló Presidente” el estrado desde donde martiriza todos los domingos al pueblo venezolano. "No perdamos un día en nuestra principal misión: Prepararnos para la guerra y ayudar al pueblo a prepararse para la guerra, porque es responsabilidad de todos", ha dicho, Chávez, y abundan los motivos para creer que habla en serio.

A primera vista podría suponerse que más que un asunto del que deba preocuparse el mundo entero se trata de un objeto de estudio para psiquiatras especializados en ciertos trastornos mentales que suelen afectar a individuos cuyo cerebro sufre alteraciones patológicas. Correspondería por lo tanto someterlo a un tratamiento intensivo de modo que pueda devolvérsele la cordura. Y aunque mucho de cierto hay en eso, desgraciadamente el caso es más complicado de lo que puede caber en una camisa de fuerza.

Es que Hugo Chávez es algo más que un caso clínico. Es uno de los individuos más poderosos del planeta y tiene a su alcance los medios necesarios para que sus intenciones y sus actos, además de ser simples síntomas de insania, sean motivos de preocupación para el mundo entero. Ante un caso parecido ya estuvo la humanidad cuando Adolfo Hitler, o José Stalin, tuvieron la oportunidad de canalizar a través de la guerra sus desajustes mentales y los problemas internos de sus respectivos paises.

Lo que es peor es que, como en ambos casos, Chávez no está solo. Tras él hay un pueblo que, como el alemán o el ruso, tiene tantos resentimientos acumulados que lo hacen proclive a secundar los desvaríos de su líder. Peor aún, el caudillo venezolano cuenta con poderosos aliados que comparten con él similares rasgos psicopatológicos y circunstancias políticas internas y externas parecidas. Mahmud Ahmahinejad es el principal de ellos, pero no el único. Kim Jong Il, de Corea del Norte, Omar al Bashir y Robert Mugabe, en Africa, Kim Jong Il, de Corea del Norte, o los hermanos Castro, en Cuba, son líderes que sin duda alguna se identifican con la idea de desencadenar una guerra apocalíptica.

Pretextos para hacerlo no faltan. La crisis hondureña que, al no haber sido resuelta en los términos que la sensatez aconsejaba, vuelve a poner a Centroamérica como un foco de conflictos tras los que se mantiene encendida una mecha que conduce a una carga explosiva, es un ejemplo. En el otro extremo del mundo, la feroz contraofensiva de los fundamentalistas islámicos en Afganistán e Irak, con Pakistán de por medio. no es ajena a un escenario bélico que desde diferentes vertientes se va configurando alrededor de un mismo eje que tiene a Venezuela e Irán como su motor principal. Y a Bolivia como pieza muy importante.

Mucho podrá decirse, como de hecho se dice, para minimizar el peligro que se cierne tras las aparentemente deschavetadas arengas belicistas de Chávez y los apoyos, por ahora verbales, de Evo Morales. Pero si de correr el riesgo de equivocarse se trata, el único error inadmisible consiste en subestimarlo.

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