En medio de la carrera bélica que asola la región, la importancia de Bolivia no radica en su poder bélico, sino en su ubicación geográfica
Después de más de dos décadas durante las que estuvo vigente la idea según la que se había arribado ya “al fin de la historia”, y que el triunfo que se suponía definitivo de las democracias liberales en lo político y del liberalismo en lo económico hacían inminente la inauguración de una era de paz en Sudamérica, como en todo el mundo, nuevamente han comenzado a soplar vientos de guerra en la región.
Una desenfrenada carrera armamentista es el primer síntoma de una tendencia que ya ha comenzado a alarmar a quienes ven en las diferencias políticas que separan a los países latinoamericanos el germen de futuros conflictos. Esos temores no parecen infundados, pues prácticamente todos los gobiernos sudamericanos han caído presas de una compulsiva compra de armas.
Los datos de los que disponen organismos especializados en el tema son de lo más elocuentes. Un reciente informe del Instituto de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri), por ejemplo, señala que la inversión en armas en Suramérica el año pasado fue de 34.100 millones de dólares. Cifra que se queda corta si se la compara con el cálculo de la Red de Seguridad y Defensa de América Latina (Redsal), según la que los gastos militares se elevan unos 48.000 millones de dólares. Más alto aún es el cálculo hecho por Nueva Mayoría, un centro argentino especializado en análisis militar, que eleva el monto a 51.110 millones de dólares.
Lo cierto, dólar más, dólar menos, es que todos coinciden en calcular en alrededor de 30% el incremento de gastos militares en relación a 2007. La elocuencia de las cifras es pues suficiente para llamar la atención sobre un mal que como un maligno virus se extiende entre políticos y militares de esta parte del mundo.
Los países que se destacan en medio de tanta locura son Venezuela y Colombia, que aumentaron sus presupuestos bélicos en 29,06% y 37,07% respectivamente. Chile, cuyas cuantiosas inversiones en armamento no son nada nuevo, ha incrementado también notablemente sus gastos militares. Pero el que más recursos destina a la compra de armas, es Brasil, con un presupuesto estimado para el 2008 de 27.540 millones de dólares.
Ante semejantes cifras, el caso boliviano parece ridículo por su pequeñez. Los 100 millones provenientes de un acuerdo con Rusia para “gastos militares” se diluyen en la compra de un lujoso avión para los viajes del Presidente Morales y unos cuantos medios de transporte y comunicaciones.
Sin embargo, desde el punto de vista de los expertos en temas militares, la importancia de Bolivia no radica y nunca radicará en su poder bélico, sino en su ubicación geográfica. En cualquiera de las hipótesis de guerra que quitan el sueño a más de un gobernante vecino, tener a nuestro país como aliado vale más que todo un arsenal. Razón más que suficiente para suponer que eso lo que guía la política exterior de Venezuela, Chile y Brasil, los tres más interesados en incrementar su influencia en el “hinterland” latinoamericano.
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