"Si no actuamos, corremos el riesgo de entregarles a las futuras generaciones una catástrofe irreversible", ha dicho Barack Obama
En medio de un ambiente en el que el escepticismo parece imponerse a las esperanzas, ayer se ha inaugurado en la sede de la Organización de Naciones Unidas la llamada “Semana del Cambio Climático”, en la que los líderes de todo el mundo deben sentar las bases de los acuerdos que se espera suscriban en diciembre, en Copenhague, Dinamarca.
Son casi cien los mandatarios que participaran de la cita, pero la atención se concentra en lo que vayan a decir los representantes de los países más involucrados en la emisión de gases invernadero. Y son precisamente ellos los que más motivos dan al escepticismo.
Estados Unidos, China, India, los que más aportan a la contaminación planetaria, son los que menos dispuestos se muestran a adoptar medidas drásticas más allá de las declaraciones de buenas intenciones. Y aunque es mucho lo que se espera de lo que proponga Barack Obama, en los hechos hay muchas dudas sobre si su país estará realmente dispuesto a hacer efectivo durante los próximos años.
No es fácil el papel que le toca al presidente estadounidense, pues EE.UU., que se negó a firmar el protocolo de Kyoto, ha aumentado sus emisiones un 18% desde 1990 (año de referencia de Kyoto) mientras que la Unión Europea las ha reducido un 2,7%. Y aunque Obama ha dado abundantes muestras de su buena voluntad, como su elocuente discurso de ayer, eso no es suficiente ni mucho menos.
Es verdad que ha propuesto una ley para reducir sus emisiones un 17% en 2020 y un 83% en 2050, y también que ha dado, durante los primeros ocho meses de su mandato, un formidable impulso a las energías limpias. Pero muy a pesar de sus deseos y voluntad la ley que propuso avanza lentamente en el Congreso y seguirá tramitándose en 2010.
Sin la aprobación de esa ley, Obama llegará a Copenhague “con las manos atadas”. No podrá asumir ningún compromiso en nombre de su país y, mientras EE.UU. no lo haga, China, India, y los demás que por su alto nivel de industrialización se destacan entre los más contaminantes, tampoco lo harán.
En esas circunstancias, sobre la Cumbre del Clima de Copenhague se extiende una densa nube de dudas. Se teme que no en ella no se llegue a ningún acuerdo importante y que se deje pasar, una vez más, la oportunidad de revertir un proceso que al ritmo que avanza hará estragos sobre el futuro de nuestro planeta.
"Si no actuamos, corremos el riesgo de entregarles a las futuras generaciones una catástrofe irreversible", advirtió Barack Obama en el mensaje que dirigió de ayer. Pero por lo visto, quienes más llamados están a atender esas palabras, los congresistas de su país, son los menos dispuestos a hacerlo.
Ante tan desalentador panorama, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, ha pedido a la sociedad civil internacional que aumente la presión sobre los líderes políticos. Propone que durante los próximos meses se haga sentir una presión suficientemente fuerte para que quienes tienen en sus manos la toma de decisiones no puedan dejar de tomarla en cuenta.
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