Nadie, ni aquí ni en ninguna parte del planeta, puede considerarse tocado por la divinidad o investido de supremos poderes
La historia de nuestro país tiene tintes muy peculiares. Sin desconocer las páginas gloriosas, que desgraciadamente no son muchas, su contenido cae en el campo de las melgarejadas caracterizado por los disparates, los despropósitos, los ensimismamientos de los mandamases, amén de otros fenómenos tan grandes o mayores que los que se repiten casi a diario en el vasto escenario boliviano.
Aunque nadie ignora a qué se alude cuando se habla de las melgarejadas, nada se pierde con aclarar que se trata de una alusión al tristemente célebre Mariano Melgarejo que, ignorante, cuartelario y a la par brutal, se alzó desde su condición de soldado raso, nacido en un pueblecillo de los fértiles valles cochabambinos, hasta erigirse en primer mandatario de Bolivia con las botas bien puestas. Mariano Melgarejo, expresión de oprobio en nuestro país y ante la faz del mundo, prevalido de la fuerza que acuerda el poder a quienes se le montan abruptamente, ejercitó un culto fanático a su personalidad, de la que hizo dueña y señora durante su malhadado régimen. Porque en sí resumió todas las facultades que conlleva el despotismo, Melgarejo regaló extensas franjas del territorio nacional o las empleó a manera de trueque hasta por un caballo e incluso por una miserable medalla de cuero.
El régimen melgarejista no pasó de ser una francachela que normalmente se desarrolló en las severas y austeras dependencias del Palacio Quemado. Allí se bebía y se comía sin control y se llegaba hasta los extremos del relajo con la moral, Mariano Melgarejo sentó una escuela, una norma de conducta que, al cabo de un siglo, sigue ligada a la calidad del hombre boliviano que, aunque nos duela, tan bajo se cotiza cada vez que traspone las fronteras patrias.
No sería justo afirmar que la historia, después de Melgarejo, no ha sido otra cosa que un calco de la que dejó impresa el brutal personaje don Mariano. Pero tampoco se peca por exageración cuando se sostiene que en sucesivos regímenes, se han dado melgarejadas, no una, no unas cuantas, sino varias, tal vez muchas más que las que se pueden considerar como simples debilidades de los hombres.
Con las honrosas excepciones que sería menester buscar con lupa, cabe remarcar que melgarejadas se dieron ayer nomás, se dan hoy y seguramente se seguirán dando hasta que aparezcan en nuestras playas bolivianos de nuevo cuño. Nadie, ni aquí ni en ninguna parte del planeta, puede considerarse tocado por la divinidad o investido de supremos poderes para hacer y deshacer a su arbitrio de lo que constituye el interés público. Nadie puede presumir de impoluto, de perfecto, de bello, de infalible, de poseedor de la verdad absoluta. Y mucho menos los bolivianos, que viven reformando, transformando, con mañas casi siempre, instituciones y hechos, mas nunca buscaron la forma de cambiar, de transformarse ellos mismos, por el bien de sus semejantes y del país en crónica postración.
¿Un Plan Cóndor chavista? (Stanislav Sousek Gumucio)
Hace 15 años
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