Los cada vez más extremos fenómenos naturales están demostrando, sin embargo, que el interés económico es insubordinable al interés ecológico. De por medio está el futuro de las nuevas generaciones y la vida misma en el planeta.
Las temperaturas extremas y los desastres naturales que vive actualmente todo el hemisferio han causado sorpresa y preocupación. El cambio climático global ha hecho que, por ejemplo, regiones que se caracterizaron durante siglos por la cantidad acumulada de nieve registren hoy temperaturas primaverales; o que, los huracanes tengan una cada vez más inusual potencia e intensidad.
Desde el 2006, que fue considerado el año más caluroso en promedio desde que se tiene registro de las temperaturas mundiales, al menos desde el siglo XIX, la tendencia al progresivo incremento de las temperaturas no ha cambiado.
La misma naturaleza ha comenzado a sentir los efectos del fenómeno climático. Osos que no duermen durante el invierno, aves migratorias que no migran más y árboles que florecen en plena estación fría. La lista de desajustes es innumerable y el cambio climático un hecho evidente hasta para los escépticos, que durante años dudaron de la preocupación de científicos y ambientalistas.
Si bien para algunos habitantes nórdicos, las temperaturas suaves les ahorran la dureza del invierno, el fenómeno podría traer consecuencias impensables para los ciclos de la naturaleza que podrían desembocar, incluso a escala planetaria, en la extinción de cientos de especies animales y vegetales. Con ello, se podría ver afectada incluso la misma agricultura, actividad elemental para la sobrevivencia física de la humanidad.
Todas estas preocupaciones, que se originan a partir de un cambio evidente en el clima, apuntan a un responsable principal: la actividad humana, con procesos a escala mundial de transformación de recursos naturales y consumo de energías fósiles que emiten a la atmósfera gases como el dióxido de carbono, unos de los principales desencadenantes del efecto invernadero.
La degradación del sistema medioambiental se hace evidente y esto ha conducido a que algunos líderes mundiales comiencen a demandar un compromiso político para combatir al recalentamiento global. La reducción de emisión de gases de efecto invernadero, la compensación monetaria a países menos contaminantes, la preservación de bosques y la venta de bonos oxígeno, son algunos de los mecanismos propuestos para ralentizar la velocidad del fenómeno, que sólo será revertido cuando las emisiones de gases no sobrepasen a la capacidad de la tierra de absorber ese alto impacto.Sin embargo, hasta ahora las naciones con mayor responsabilidad en el fenómeno -solo Estados Unidos emite a la atmósfera el 25 por ciento del dióxido de carbono del mundo, a modo de ejemplo-- se resisten a firmar acuerdos internacionales para combatir el recalentamiento global, debido al temor que su crecimiento económico pueda resentirse.
Los cada vez más extremos fenómenos naturales están demostrando, sin embargo, que el interés económico es insubordinable al interés ecológico. De por medio está el futuro de las nuevas generaciones y la vida misma en el planeta.
¿Un Plan Cóndor chavista? (Stanislav Sousek Gumucio)
Hace 15 años
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