domingo, 9 de agosto de 2009

La “revolución cultural” en marcha

Estamos ante la construcción de uno de los pilares principales de todo régimen totalitario, que consiste en la homogenización de las personas

Hace unos días, como parte de la campaña para “descolonizar” a Bolivia, el gobierno ha anunciado una serie de medidas que se propone aplicar durante los próximos meses para modificar radicalmente todo lo que los ideólogos del régimen consideran que son “símbolos de la dominación colonial”, por otros que representen el nuevo orden social que está en proceso de construcción.

La sustitución de los personajes que actualmente figuran en los billetes y monedas por héroes indígenas, la elaboración de un nuevo calendario de feriados en el que muchas de las fechas que hasta ahora se han celebrado sean sustituidas por otras para recordar el nacimiento o muerte de caudillos indígenas, y el cambio de nombres a calles, avenidas y plazas, son algunas de las se proponen en el plano de lo simbólico.

Además de ellas, hay otras que más allá de su carga ideológica se proponen alcanzar profundos efectos prácticos. Es el caso del proyecto de “depuración administrativa” en el sector público, para lo que se está elaborando un “nuevo perfil del empleado público” que tendrá entre sus principales condiciones el “compromiso con el cambio”.

Según la explicación del Director Nacional de Gestión Pública, los que no encajen en el nuevo modelo de administración del aparato estatal, “obviamente”, no podrán ser parte de él. Sólo podrán ser funcionarios públicos quienes “realmente respondan a esta revolución cultural de las conductas y comportamientos”.

El primer paso hacia esa “revolución cultural” consiste en que se prohibirá el uso de grados académicos. Es decir, nadie podrá anteceder su nombre con términos como Lic. (licenciado) Dr. (doctor), Ing. (Ingeniero) o Mgter. (magíster) y el cargo de un funcionario deberá ser escrito en su membrete en al menos tres idiomas nativos. Ostentar un grado académico será interpretado como un acto discriminador y por lo tanto incompatible con el “nuevo perfil de funcionario público”.

A primera vista, ese conjunto de disposiciones puede parecer sólo efectivo en el plano de lo simbólico, pero poco relevante desde el punto de vista práctico. Sin embargo, resulta evidente que lo que hay tras las inocuas apariencias es algo mucho más serio y profundo. Es el primer paso hacia la construcción de un molde al que deberán ceñirse quienes quieran tener un lugar en el nuevo país. Quienes no se amolden, quienes no adopten las nuevas “conductas y comportamientos”, serán excluidos sin contemplaciones, empezando por la administración pública.

Estamos pues ante la construcción de uno de los pilares principales de todo régimen totalitario, que consiste en la homogenización de las personas para despojarlas de todo rasgo individual. Piezas de un engranaje y no individuos pensantes, y por consiguiente capaces de discrepar, es el ideal hacia el que se pretende avanzar.

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