Este 6 de agosto nos encuentra pues en el punto álgido de un proceso de transición cuya futura evolución está aún por verse
Hoy, 6 de agosto de 2009, los bolivianos tendríamos que estar conmemorando el 184 aniversario de la fundación de nuestra República, la República de Bolivia. Pero no podemos hacerlo. No podemos conmemorar algo que, por lo menos por ahora y muy a nuestro pesar, está dejando de existir.
Es probable que, a primera vista, parezca una exageración hacer una afirmación tan categórica. Sin embargo y desgraciadamente, hay motivos para sostener que así de honda es la transformación con la que se pretende dar por concluido todo un período de nuestra historia.
Es que la decisión de retirar el término “república” de la caracterización del “Estado Plurinacional de Bolivia” en la Nueva Constitución Política del Estado es algo más, mucho más que un simple cambio de denominación. Es sólo el aspecto formal, el más visible, de un proyecto político que en los hechos, y no sólo en las palabras, se propone destruir hasta no dejar rastros de la institucionalidad republicana que comenzó a construirse un día como hoy de 1825.
Tan audaz proyecto político no está concebido para ser llevado a cabo de un día para el otro. Se trata de un proceso cuyo avance será más o menos rápido dependiendo de las circunstancias en que se desarrolle. Depende tanto de la fuerza de quienes lo impulsan, como de la capacidad de contrarrestarlo que tengan quienes se le oponen.
Los tres años y ocho meses que han transcurrido desde que se inició ya dan algunas pautas que permiten evaluar el estado actual del proceso de destrucción de la República. Un proceso que se desarrolla simultáneamente en dos escenarios: el simbólico o imaginario, y el fáctico. Y enlazando a ambos, el andamiaje legal cuyo principal componente es la nueva Constitución tan irregularmente impuesta por las fuerzas que conducen el “proceso de cambio”.
En el primer escenario, el de lo simbólico, el avance del proceso se refleja de muchas maneras. El desplazamiento de la bandera tricolor por la wiphala, la expulsión de la historia de los héroes cuyas luchas condujeron a la fundación de la República, la sustitución de la nación boliviana por 36 naciones fantasmagóricas, son algunos de sus principales componentes.
En lo fáctico, el principal logro del proyecto ha consistido en el debilitamiento, aunque aún no destrucción, de la independencia de dos de los tres pilares del Estado republicano y la concentración del poder en la figura del Presidente. Se han dado grandes pasos hacia la consolidación de un régimen autárquico y se han sentado las bases para posteriores avances.
Este 6 de agosto nos encuentra pues en el punto álgido de un proceso de transición cuya futura evolución está aún por verse. Qué país tengamos el próximo año, sólo depende de lo que hagan y dejen de hacer las dos fuerzas que están en acción: las que impulsan el proceso de destrucción de la República, por un lado, y las que se le oponen, por el otro.
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