jueves, 30 de abril de 2009

El presidente y el fútbol

Hace falta recomendar al Presidente Morales, y a sus más estrechos colaboradores, que midan con más cuidado sus palabras

Cuando el 1 de abril pasado la selección boliviana de fútbol propinó a su similar argentina una contundente goleada, todos bolivianos nos sentimos sacudidos por una ola de alegría compartida. Más de quince años después de la serie de triunfos que nos condujeron al mundial de 1994, nuestra selección volvió a reforzar nuestros lazos de identidad colectiva.

Ese día, el fútbol volvió a mostrar que es una de las pocas cosas, si no la única, que nos une a los bolivianos por encima y a pesar de regionalismos, diferencias ideológicas, creencias religiosas o de cualquier otra índole.

Ese día, todos nos sentimos agradecidos por la alegría que nos dieron los jugadores que nos representaron. Nos identificamos con los colores de nuestra selección y miles de banderas tricolores cubrieron de rojo, amarillo y verde las principales calles y avenidas a lo largo y ancho del territorio nacional. Ese día, se abrazaron cambas y collas, oficialistas y opositores. Aunque haya sido sólo un paréntesis, sirvió para recuperar la esperanza en la posibilidad de recuperar la por ahora tan maltrecha unidad nacional.

Ese día, todos los bolivianos nos reconciliamos con Bolivia. En realidad, no todos, pues ahora sabemos que había una excepción. Un boliviano que a diferencia de los demás, lamentó el triunfo de nuestra selección; que habría preferido que Argentina gane ese partido. Ese boliviano es nada menos que el Presidente del “Estado Plurinacional”.

A primera vista, las palabras de Evo Morales podrían ser vistas sólo como una más de las muchas declaraciones anecdóticas que hace con excesiva frecuencia, las mismas que suelen motivar sonrisas burlonas tanto en nuestro país como en el exterior. Podría, por eso, no dárseles más importancia que las que merece un exabrupto.

Sin embargo, por lo importante que es el tema para la sensibilidad colectiva, vale la pena detenerse en él y no dejarlo pasar como un simple desliz. Precisamente porque es un asunto que por su propia naturaleza está libre de cualquier sospecha de apasionamiento político, hace buena la ocasión para recomendar al Presidente Morales, y a sus más estrechos colaboradores, que midan con más cuidado sus palabras.

No es difícil imaginar el malestar que las declaraciones de Morales habrán ocasionado en el ánimo no sólo de los jugadores de nuestra selección, sino el de todos los bolivianos que con razón se sintieron traicionados por tan desafortunadas palabras presidenciales.

Vale la pena insistir en ello porque no es nada positivo para la imagen presidencial y mucho menos para la de nuestro país, que se tome tan a la ligera uno de los pocos factores todavía capaces de mover las fibras del orgullo nacional, de la identidad colectiva.

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