miércoles, 8 de abril de 2009

A nueve años de la “guerra del agua”

Los cochabambinos tendríamos que sentir una muy profunda vergüenza colectiva al recordar la “guerra del agua” nueve años después

Hace nueve años, por estas mismas fechas, Cochabamba se sumió en una vorágine de violencia que pasó a la historia como “la guerra del agua”. Como lo recuerda un reportaje publicado en este matutino el domingo pasado, en abril de 2000 se marcó un hito no sólo en la historia regional, sino nacional, por las posteriores repercusiones que tuvo ese acontecimiento.

Hoy, nueve años después, tiempo más que suficiente para hacer un balance, los resultados arrojados por lo que en su momento fue visto como una hazaña sólo puede ser motivo de una muy intensa vergüenza colectiva.

Como se recordará, en aquella oportunidad toda la “cochabambinidad”, con muy pocas excepciones representadas por ciudadanos que inútilmente hicieron reiterados llamados a la cordura, se entregó a una especie de delirio colectivo que culminó con un la expulsión de “Aguas del Tunari”, la única empresa que estaba dispuesta a hacer las inversiones necesarias para dar agua potable y llevar a cabo el proyecto Misicuni.

Una vez alcanzado el “triunfo” de los movimientos sociales, a cuya causa se sumaron ciegamente hasta las más serias instituciones de la región, no se escatimaron elogios a los autores de la hazaña. Se los trató como a héroes y su fama de paladines de la justicia y la lucha contra la “voracidad de las transnacionales” trascendió nuestras fronteras, lo que les rindió muy buenos réditos de los que aún hoy gozan impunemente.

Las pocas personas que tuvieron el valor de oponerse a la ola de desvarío colectivo, en cambio, fueron acusadas de traicionar al “espíritu de la cochabambinidad”. Sus voces fueron acalladas y no se quiso oír sus advertencias sobre la magnitud del error que se estaba cometiendo.

Nueve años después, los resultados obtenidos no dejan ni el más mínimo margen a las dudas. El saldo obtenido es el peor de los imaginables, pues el problema de la escasez de agua se ha multiplicado, la debacle económica de Semapa ha alcanzado dimensiones catastróficas, la corrupción ha dado fin con los pocos recursos económicos de esa empresa.

Y en lo que a Misicuni corresponde, el panorama es aún más desolador. Ahí está el túnel, con los más de 70 millones de dólares que devoró durante su perforación, convertido, como alguien previó, en la cueva de murciélagos más grande y cara del mundo. De la represa, de las obras complementarias, de la planta generadora de hidroelectricidad, absolutamente nada.

Pero eso no es lo peor. Lo peor es que la “guerra del agua”, los nueve años desde entonces transcurridos, y la condescendencia con los cochabambinos permitimos que tan funesto episodio pase a la historia sin que se nadie se haga responsable de sus consecuencias, es la más elocuente muestra de que la nuestra es una sociedad extraviada, enferma del alma. Y eso es peor que no tener agua.

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