sábado, 18 de abril de 2009

Menos aspirantes, más claridad

Si el tema de las candidaturas sea asumido no como el primero sino el último de la agenda de la oposición, será más fácil que ésta se organice

La aprobación de la Ley Electoral Transitoria que regirá las elecciones de diciembre próximo ha marcado, tanto para el oficialismo como para las múltiples fracciones en que está dividida la oposición boliviana, el inicio de una nueva etapa. Los desafíos que ambas partes deberán afrontar a partir de ahora, unos para mantenerse en el gobierno, y otros para evitar que eso ocurra, son muchos y a cual más difícil.

El previsible empeoramiento de la situación económica, las dificultades que enfrenta para satisfacer las excesivas expectativas que alentó entre sus seguidores, las pugnas originadas en ambiciones personales, la corrupción que se extiende como un cáncer en el organismo gubernamental son, entre otros, los retos del oficialismo deberá afrontar.

La oposición, por su parte, no la tiene más fácil. Su dispersión, la abundancia de aspirantes a candidatos que contrasta con la inexistencia de líderes capaces de dirigir una acción política eficaz, la falta de organización y de ideas que se plasmen en un proyecto político alternativo, son algunas de ellas.

El oficialismo tiene una ventaja. Tiene dos líderes a los que nadie les disputa la candidatura a los principales cargos del país. Tiene una sólida organización y, lo más importante: tiene un proyecto político que guía sus actos.

El punto de partida de la oposición, en cambio, es el peor de los imaginables. Durante tres años no ha sido capaz de reunir ninguna de las condiciones imprescindibles para una acción política que vaya más allá de la queja y hasta ahora no se vislumbra nada que modifique esa situación.

Sin embargo, y no gracias, sino a pesar de quienes se atribuyen la conducción de una inexistente oposición democrática, diversas organizaciones que durante los últimos años han ido surgiendo entre la ciudadanía han comenzado a sentar las bases de una alternativa política. Al hacerlo, han tenido y todavía tienen que vencer muchos obstáculos, uno de los cuales es la perturbadora presencia en el escenario de aspirantes a candidatos que sólo enturbian el panorama.

En esas circunstancias, la decisión de Carlos Mesa de renunciar a sus aspiraciones es un paso que puede ser considerado como positivo, pues al poner a su propia persona como núcleo del proyecto político que pretendía encabezar sólo introdujo un elemento perturbador en lugar de contribuir a un esfuerzo colectivo, que es lo que más falta hace.

Sería muy encomiable que su ejemplo sea seguido por los otros aspirantes. A medida que el tema de las candidaturas sea asumido no como el primero sino el último de la agenda de la oposición, será más fácil que ésta se dote de las condiciones necesarias para una acción efectiva.

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