martes, 12 de mayo de 2009

A tres años de la “nacionalización”

Hay muchas y buenas razones que explican la falta de entusiasmo con que se conmemoró un aniversario más de la “nacionalización”

Hace ya casi un par de semanas se conmemoró el tercer aniversario de la “nacionalización” de los hidrocarburos, “acontecimiento histórico” -- como fue calificado en su momento-- que ahora ya nadie quiere recordar. No hubo actos oficiales, ni discursos, ni festejos. Muy atrás quedaron los días cuando oficialistas y opositores se disputaban el mérito de haber “recuperado” la principal riqueza del país.

No es casual que así sea. Es comprensible que nadie quiere recordar la “nacionalización”, sencillamente porque nadie sabe qué diablos hacer con ella. Nadie cómo salvar a YPFB del descalabro total, ni cómo recuperar la capacidad productiva perdida. Nadie sabe qué hacer para disimular algo que ya es inocultable: la “nacionalización” fue un monumental fracaso. Nada de lo que alguien pueda sentirse orgulloso.

Las consecuencias económicas negativas de tal medida son enormes. La exploración sigue paralizada, la producción de gas y petróleo no deja de caer. Ya no se perforan nuevos pozos que puedan compensar el paulatino agotamiento de los existentes, en los que siquiera se hace el mantenimiento correspondiente.

Para colmo, el gas que se produce es cada vez más seco, lo que significa que se extrae menos petróleo, lo que a su vez ocasiona menos producción de condensado para refinar, por lo tanto producimos menos gasolina, diesel y jet fuel. La consecuencia obvia es que tiende a aumentar la escasez de combustibles en el mercado interno, lo que obligará a aumentar las importaciones. El colmo de la paradoja es que, como a todo importador, nos resulta buena la caída de los precios del petróleo.

Como si eso fuera poco, la pérdida de la capacidad productiva ha obligado a nuestro principal comprador, Brasil, a buscar alternativas más seguras, aunque no más baratas. Aparejada a la disminución de nuestra capacidad de oferta ha disminuido la demanda, con lo que termina de cerrarse un círculo que nos condena a un futuro cada vez más desalentador.

Pero tan negativo como lo anterior es que a despecho de tan cruda realidad, el gobierno ha hecho del despilfarro de los recursos económicos provenientes de las exportaciones de hidrocarburos el pilar de su política social, muy ligada a la demagogia electoralista. La proliferación de bonos, teóricamente financiados con la renta petrolera, cuestionable en tiempos de bonanza, lo es mucho más cuando las frías cifras dejan de ser un sostén.

Tanto por la vía de los ingresos que tienden a disminuir, como la de los gastos, que tiende a aumentar, se está pues abriendo una brecha en la base de la economía nacional que tarde o temprano traerá, como no es difícil prever, funestas consecuencias.

Como se ve, no es sorprendente que la “nacionalización” de los hidrocarburos no sea motivo de festejos.

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