jueves, 21 de mayo de 2009

Un dilema inadmisible

No podemos admitir que protagonistas de la “guerra sucia” argentina pretendan ponernos en el dilema de estar con ellos o contra ellos

Desde el 17 de abril pasado, cuando tras un operativo en el Hotel Las Américas de Santa Cruz, donde fueron asesinados tres supuestos terroristas y detenidos otros dos, en este espacio editorial hemos adoptado una posición sobre el tema que por su claridad está más allá de cualquier interpretación ambigua y malintencionada.

Con la firmeza que caracteriza nuestro compromiso con la defensa de la libertad y la democracia y por consiguiente nuestro repudio a todo lo que contribuya a su socavamiento y destrucción, hemos expuesto reiteradamente algunas ideas en las que hoy nos ratificamos.

Hemos dicho, por ejemplo, que Bolivia avanza hacia la instauración de un régimen dictatorial y que lo hace por una doble vía: las acciones gubernamentales, por una parte, y los recurrentes desaciertos de la oposición, por la otra. Y hemos puesto especial énfasis al criticar a una oposición antidemocrática que por los efectos de sus actos se constituye en el principal sostén del totalitarismo en ciernes.

Nos hemos referido también al riesgo de que las pugnas políticas que nos dividen se agraven con la injerencia de fuerzas externas que se proponen hacer del territorio nacional un escenario de enfrentamientos inspirados en fanatismos a cuál más repudiable.

Consideramos que es tan grave el peligro de que eso ocurra, que hemos invocado insistentemente la intervención de organismos internacionales que contribuyan a conjurarlo. Al cuestionar su indiferencia, nos preguntábamos el 26 de abril pasado: “¿Esperan que el asunto se resuelva como en la Argentina de los años 70?”. Nos referíamos al alarmante protagonismo que en el escenario político nacional han adquirido durante los últimos meses personajes que desde uno y otro bando estuvieron profundamente involucrados en esa aciaga etapa de la historia argentina.

En su momento cuestionamos la intervención, bajo la cobertura de Unasur, del abogado argentino Rodolfo Mattarollo a quien se atribuye un activo papel, como fundador y militante activo del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), en el proceso que desembocó en la destrucción de la democracia en su país.

Desgraciadamente, nuestros peores temores se vieron confirmados cuando tras Mattarollo, y a modo de contrarrestar su influencia en Bolivia, se involucraron connotados ex agentes de la represión argentina, los mismos que recurrieron a los más atroces métodos para combatir a las organizaciones de izquierda.

El peligro de que ex guerrilleros y ex militares argentinos –los “carapintadas”-- vengan a Bolivia a saldar sus cuentas pendientes, que unos y otros lo hagan en nombre de la democracia boliviana y de los derechos humanos, y que coincidan en su pretensión de ponernos en el dilema de optar por estar con ellos o contra ellos, es algo que de ningún modo podemos admitir.

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