jueves, 14 de mayo de 2009

Un país sumido en la confusión

En medio de tanta confusión, ¿se podrá todavía esperar que la sensatez vuelva a poner las cosas en orden?

Si hubiera que definir con una palabra cuanto está ocurriendo en la Bolivia de hoy, probablemente “confusión” sería la más adecuada. Es que todos los factores que usualmente dan alguna coherencia a los acontecimientos y a las ideas han comenzado a diluirse dando lugar a una caótica mezcla en la que todos los límites se hacen difusos.

“Confusión”, según el Diccionario de la Real Academia Española, tiene varias acepciones. Perplejidad, desasosiego, turbación de ánimo, equivocación, error, abatimiento, humillación, afrenta, ignominia, son algunas de ellas. También se refiere a la “acción y efecto de mezclar, fundir cosas diversas, de manera que no puedan reconocerse o distinguirse”. Finalmente, se define como “perturbar, desordenar las cosas o los ánimos”.

Eso exactamente es lo que está ocurriendo en nuestro país. No podía ser de otro modo cuando en el escenario político irrumpen en calidad de protagonistas individuos cuyo perfil ideológico y prontuario militar van desde su entrenamiento en los servicios de inteligencia del extinto régimen soviético hasta organizaciones inspiradas en el fundamentalismo islámico, pasando por el Opus Dei y logias que a sí mismas se asumen como simpatizantes del Tercer Reich.

Cuando amigos íntimos de personajes como Ilich “el Chacal” Ramírez son tan bien acogidos por líderes de la oposición boliviana; cuando organizaciones supuestamente defensoras de los Derechos Humanos de derecha los defienden como si de paladines de la libertad se tratara, y cuando las de izquierda dan por bien hecho su asesinato, lo menos que puede decirse es que estamos en medio de una enorme confusión.

Si tan alucinante mezcolanza (mezcla extraña y confusa, y algunas veces ridícula según el DRAE) afectara sólo a las mentes desquiciadas de unos cuantos individuos, el asunto podría ser dejado en manos de psicólogos o psiquiatras. Pero ocurre que es todo un país, con su gobierno y sus opositores incluidos, el que se sume en el marasmo.

Tampoco sería tan grave el asunto si las consecuencias de tanto extravío se limitaran a los delirios ideológicos, a las angustias existenciales de individuos que buscan una causa en la que creer con suficiente fe para liberarse de la necesidad de pensar. Lo terrible es que todas las ideologías involucradas, más allá de sus diferencias, tienen un elemento en común: la creencia en que bien vale la pena morir y matar por ellas.

Así, terminan encontrándose en un mismo campo de batalla, que para desgracia nuestra es nuestro país, ex combatientes de la guerra sucia argentina, de las matanzas balcánicas, de las guerras que en nombre de fanatismos anegan en sangre regiones íntegras del planeta.

En medio de tanta confusión, ¿se podrá todavía esperar que la sensatez vuelva a poner las cosas en orden?

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