martes, 27 de octubre de 2009

Desigual correlación de fuerzas

Mientras el oficialismo despliega sendos planes de acción para dos escenarios diferentes, la oposición no halla la vía para salir de su aturdimiento paralizador



Cuando ya hemos ingresado ya a lo que en los hechos es el último tramo del proceso que concluirá el 6 de diciembre próximo, las campañas electorales y la actitud de la ciudadanía ante ellas dan ya suficientes elementos de juicio para describir cuál es la correlación de fuerzas en el escenario político y lo que se puede esperar en el futuro inmediato.

Dos parecen ser los rasgos principales del proceso. Primero, que el MAS tiene el control prácticamente total de la iniciativa política y tiene con toda claridad delineado no uno, sino dos planes de acción. Y los ejecuta con gran eficiencia. Y segundo, que la oposición, en las dos principales fracciones en que está dividida, el Plan Progreso y Unidad Nacional, no logra ponerse a la altura del reto que tiene al frente.

Por lo que se ve, la fórmula oficialista tiene un plan diseñado para las regiones del país donde su hegemonía no está en discusión y otro, muy distinto, que guía sus actos allá donde aún no ha logrado imponerse con tanta rotundez.

Para el primer caso, el fin es superar ampliamente los dos tercios de los votos y de los asambleístas electos y el medio mantener y reforzar su condición de partido prácticamente monopólico, para lo que cuenta con los muchos mecanismos montados durante los últimos años para que en esas regiones no haya presencia efectiva de la oposición.

En esas regiones, que en términos geográficos y demográficos representan a más de la mitad del país, el objetivo oficialista ha sido ampliamente logrado. Ninguna de las fórmulas opositoras ha podido, en cambio, hacer mella siquiera en la hegemonía oficialista. A tal punto que, así como en esta etapa no tienen ni casas de campaña en el vasto “territorio masista”, tampoco es previsible que vayan a tener presencia alguna cuando llegue el día de controlar, mediante delgados de mesa, el acto electoral.

Diferente, pero no por eso menos eficiente, es el plan oficialista a ser aplicado en lo que fue la “Media Luna”. Allá, por ejemplo, la wiphala ha sido arriada “por respeto a la cultura cruceña”, lo que indica que no se trata en este caso de imponer los símbolos propios, sino de arrebatar los de los rivales. Así, tomar la plaza 24 de septiembre, máximo símbolo de lo que fue la resistencia cívica, y hacer de ella un bastión a partir del que se inicie la “ofensiva electoral final”, más que un acto político se convierte en uno simbólico de máxima significación.

Tal como antes el MAS se apoderó de las banderas de la autonomía, ahora serán los más destacados miembros de las huestes de la “juventud crueceñista” las encargadas de arrinconar, en el plano fáctico y en el simbólico, a lo poco que queda de la oposición cívica.

Que en ambos escenarios estén ejecutándose con tanto éxito sendos planes de acción oficialista se explica no sólo por la habilidad de sus estrategas sino también, y en no menor medida, por la ineptitud de sus rivales. Es que a estas alturas del proceso todavía no se ve, ni remotamente siquiera, una fuerza capaz de oponer resistencia. Sin liderazgo, sin organización y sin un cuerpo de ideas que se plasmen en una propuesta política digna de tal nombre, la oposición no atina a nada más que perseverar en su estéril victimismo.

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