jueves, 29 de octubre de 2009

Las mafias mexicanas en Bolivia

La ferocidad con que las mafias mexicanas administran el negocio, lo que está a punto de llevar a la debacle del Estado mexicano, es sólo uno más de los muchos aspectos del problema

Entre los muchos problemas que aquejan a nuestro país sin recibir de los candidatos presidenciales la atención que merecen, hay uno que al ser soslayado pone en evidencia la enorme irresponsabilidad y ceguera con que están actuando quienes aspiran a recibir el apoyo de la ciudadanía. Se trata del vertiginoso ritmo al que crecen las actividades relacionadas con el narcotráfico, y sus múltiples secuelas.

Las informaciones que a diario dan cuenta de la magnitud del fenómeno al que nos referimos son muchas. Prácticamente no hay día que pase sin que se conozcan nuevas noticias acerca de la profundidad y extensión con que este mal está devorando la estructura económica, política y social de Bolivia.

Una de las más funestas consecuencias de ese proceso es que como se produce de manera paulatina, sin grandes traumas que sirvan para despertar la consciencia colectiva, va incorporándose a la normalidad cotidiana. Así, la sociedad poco a poco se acostumbra a convivir con el mal y pierden fuerza las voces que tratan de llamar la atención con la vana esperanza de provocar una reacción colectiva.

Un ejemplo de lo dicho es la poca atención que han recibido las denuncias hechas por el director de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico (FELCN), según las que los carteles mexicanos que ya controlan gran parte del tráfico de cocaína estarían invirtiendo enormes sumas de dinero en nuestro país a través de organizaciones mafiosas de origen colombiano.

De acuerdo a los informes expuestos por la principal autoridad policial boliviana en la materia, sólo en la construcción de “megalaboratorios” para la transformación de la hoja de coca en cocaína se estarían invirtiendo varias decenas de millones de dólares. Y si eso ocurre en la infraestructura básica, no es difícil suponer que los montos involucrados en las otras fases de la “cadena productiva” son aún mayores.

Otros datos confirman esos temores. El crecimiento exponencial de la extensión de los cultivos de coca no sólo en el trópico cochabambino, sino también en zonas antes libres esas plantaciones, es uno de ellos. Los descubrimientos de laboratorios en provincias rurales que hasta hace poco estaban íntegramente dedicadas a las labores agrícolas, es otro.

Es tan obvia e inocultable la directa relación entre ambos eslabones de la cadena, que de nada valen los esfuerzos que hace el gobierno de Evo Morales por negarla o minimizarla. Y así lo entienden los gobernantes de países vecinos como Chile, Argentina y Brasil, cada vez menos dispuestos permitir que la condescendencia con que tratan al gobierno boliviano sea confundida con debilidad o estupidez.

La ferocidad con que las mafias mexicanas administran el negocio, lo que está a punto de llevar a la debacle del Estado mexicano, es sólo uno más de los muchos aspectos del problema que tendría que servir como llamada de alerta para que dejemos de verlo como si algo que incumbe a todos menos a nosotros se tratara. Evitar que las majaderías de los candidatos presidenciales continúen distrayendo la atención colectiva alejándola de los temas realmente importantes, es por ahora lo mejor que se puede hacer.

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