viernes, 2 de octubre de 2009

El arrepentimiento de Micheletti

Es alentador saber que la perseverancia de quienes se negaron a avalar el golpe no haya sido en vano y que comienza a dar sus frutos

En un gesto que pese a ser todavía timorato y poco concluyente, de algún modo lo enaltece, el Presidente de facto de Honduras, Roberto Micheletti, ha reconocido que fue un error destituir al Presidente Constitucional de su país, Manuel Zelaya, a través del golpe de Estado perpetrado el 28 de junio pasado. “Ése (destituir a Zelaya), fue él único error, porque en el resto actuamos con la ley, ya que Zelaya, violaba la Constitución al buscar una Constituyente para una reelección", dijo Micheletti en una entrevista al diario Clarín de Buenos Aires.

Tales declaraciones se producen en un contexto en el que los arrepentimientos ya causan estragos en la cohesión de las filas de quienes cometieron tan craso “error”. En tono amargo, Micheletti se quejó por la falta de lealtad de quienes lo indujeron a tan descabellada aventura, y hoy buscan la mejor manera de zafarse del embrollo con la esperanza de que la historia los juzgue con alguna benevolencia.

Llama la atención, sin embargo, la soltura con que Michelletti se refiere al golpe de Estado como si de un detalle menor –“el único error”— se tratara. Se diría que pese a su arrepentimiento, sigue creyendo que lo importante es que “…en el resto actuamos con la ley”. Elocuente manera de relativizar tan grave asunto, lo que pone en evidencia la falta de solidez de sus convicciones democráticas.

A pesar de ello, es alentador saber que la paciencia con que la comunidad internacional mantuvo su unanimidad y firmeza al negarse a avalar el golpe y a reconocer al ilegal gobierno de él emergente, no haya sido en vano y comience a dar sus frutos. Y más importante aún, que no se haya permitido que las banderas de la democracia, del respeto al Estado de Derecho, a la libertad de expresión, entre otras, no hayan sido abandonadas en manos de quienes más las desprecian.
Fue gracias a la lucidez con que Barack Obama y otros líderes del mundo afrontaron el asunto, que se evitó que la causa de la defensa de la democracia caiga en manos de personajes tan indignos de ella como Fidel Castro o Hugo Chávez. Gracias a ellos, y a quienes se mantuvieron y se mantienen firmes en la defensa de los valores, principios y formalidades inherentes a la democracia --en contraposición a cualquier manifestación de la tentación totalitaria-- que pese a los desmanes de los golpistas se ha mantenido intacta la autoridad moral, intelectual y política que hace falta para enfrentar con alguna credibilidad y posibilidad de éxito a quienes desde un extremo a otro del espectro político quisieran volver a los tenebrosos tiempos cuando los conflictos políticos se resolvían a través de la violencia bruta.

Aún no se sabe con certeza cuál será la forma que adquiera el desenlace de la crisis hondureña, pero sí se puede afirmar que ya tiene vencidos y vencedores. Entre los primeros, los simpatizantes y pregoneros de las corrientes antidemocráticas de la oposición hondureña y latinoamericana en general. Comparten con ellos su derrota Fidel Castro, Hugo Chávez y sus seguidores, quienes ven esfumarse la oportunidad de quedar como abanderados de una causa justa.

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