La verdad de los hechos resulta muy incómoda para un proyecto político que se propone reinventar el pasado y reescribir la historia
Los actos con los que se conmemora el segundo centenario de la insurrección que se produjo en La Paz el 16 de julio de 1809, ha dado lugar, tal como ocurrió con motivo del bicentenario del “grito libertario” del 25 de mayo, a intensas disputas que tienen como principal objetivo imponer en la mentalidad colectiva una cierta interpretación de la historia.
La historia se convierte así en uno más de los muchos escenarios donde se confrontan dos visiones del pasado y del presente y se proyectan hacia el porvenir. Reinventar el pasado es parte de una “reinvención del futuro”, por lo que la batalla ideológica que tiene lugar en los actos conmemorativos resulta de primordial importancia.
En el caso de las celebraciones que tuvieron lugar en Sucre el 25 de mayo pasado, la pugna fue explícita. Los sucrenses tuvieron sus festejos y el Presidente Morales organizó los suyos, dando la espalda a lo que desde su punto de vista resulta lo más representativo de esa Bolivia que se propone destruir. Gran parte de los esfuerzos propagandísticos del gobierno estuvieron dirigidos a minimizar, a borrar incluso de la memoria colectiva todo lo relacionado con el proceso que derivó en el nacimiento de la República.
Algo similar quisieran hacer en La Paz los ideólogos de la “descolonización”. Pero por múltiples razones, expulsar de la historia a personajes como Pedro Domingo Murillo y “la tea que dejó encendida” no es tan fácil. Retirar del pedestal en que la historia oficial puso a los “protomártires” de la revolución paceña es poco menos que imposible, por lo menos por ahora, y tampoco están dadas las condiciones –aún-- para poner en su lugar a caudillos indígenas como Túpac Katari o Bartolina Sisa.
Ponerlos lado a lado para que compartan las glorias de la causa libertaria, que supuestamente es lo que se conmemora, tampoco es algo que se pueda hacer. Por mucho que se esmeren quienes se han dado a la tarea de reinventar el pasado y reescribir la historia, no es posible olvidar que Murillo y Katari nunca compartieron la misma causa sino, muy por el contrario, combatieron en bandos opuestos. Murillo jugó un papel muy destacado en las expediciones militares que fueron enviadas por las autoridades españolas para levantar el sitio katarista.
Tal verdad histórica resulta de lo más incómoda para un proyecto político que tiene entre sus principales objetivos la destrucción del “poder simbólico del mundo q’ara; es decir, la legitimidad de la representación subjetiva de lo ‘boliviano’ y lo ‘occidental’”.
Resulta muy significativo, en ese contexto, que los actos conmemorativos del bicentenario de la gesta paceña se hayan inaugurado con un atentado contra un busto del personaje que representa a la vertiente criolla y mestiza de una historia que ahora se quiere borrar.
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